El Registro Civil quedará privatizado el próximo 22 de julio. Ese es
uno de los pocos datos que se puede afirmar con cierta firmeza de un
proceso que el Gobierno ha convertido en un galimatías
jurídico-administrativo y que ha rodeado de un halo de oscurantismo que
ha alimentado las peores sospechas. Aún quedan muchas incógnitas por
desvelar, pero ese día entra en vigor una ley que entrega a los
registradores de la propiedad y mercantiles la gestión del archivo que
almacena los datos personales de los españoles; es algo que ya no pueden
evitar ni las manifestaciones celebradas este pasado sábado en varias
ciudades españolas ni algunas iniciativas parlamentarias que, a la
desesperada, impulsan grupos minoritarios.
El Registro Civil es un servicio público servido por funcionarios de
Justicia especializados, unos 3.500 repartidos en los 431 registros
civiles principales, en el central y en distintos municipios. Desde
1896, todas sus actuaciones son gratuitas para los usuarios. La ley que
regula su funcionamiento permanecía inalterada desde 1957 hasta que, en
2011, una reforma impulsada por el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero
modificó su gestión para dar entrada a las administraciones
autonómicas. Aquella norma, aprobada por todos los grupos parlamentarios
incluido el PP, nació con una vacatio legis de cuatro años aprovechada por el actual Ejecutivo de Mariano Rajoy para desvirtuarla y favorecer la privatización del servicio.
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